Hay seres que se imponen en esta vida la tarea de salvar a otros de sus demonios. A la madre alcohólica, al hijo drogadicto, al hermano jugador, al enfermo incurable. Para a ello no escatiman ni
tiempo, ni esfuerzo, ni sacrificios. Inasequibles al desaliento, no se
amedrentan ante las repetidas caidas ajenas, sino que las hacen
propias, levantan al caido aún contra su voluntad, y le empujan a seguir
adelante, queriendo creer que no habrá una próxima vez, que será la
última. Jamás pierden las esperanzaS y acuden a rescatar una y mil
veces a su protegido cuando lo sienten cercano al abismo o preso en él.
Poco a poco dejan de ser personas, dejan de tener su propia vida y
dejan de construir, atrapadas en los sucesivos derribos de los que no
son responsables, pero sí esclavos. Y les salen unas alas protectoras,
para cobijar al ser que tutelan, pero esas alas se hacen cada vez más
tupidas, y ya no les dejan ver la realidad. Y la realidad es que hay
personas que no quieren tener un ángel en su vida, que no quieren ser
salvados. Que un ángel se convierte en un estorbo cuando apela a una
conciencia que no se quiere escuchar o a sentimientos que no se sienten.
Y contra eso, no hay nada que hacer. Nadie puede salvar a quien no
quiere ser salvado.
Entonces esos hombres y mujeres, cuando comprenden esa verdad, no tienen más remedio que matar dolorosamente con sus propias manos al ángel en el que se habían convertido Arrancar sus alas y arrojarlas lejos para poder volver a ser humanos, algo que habían olvidado.
A todos los que han tenido que asesinar al ángel en el que se habían convertido, mi humilde homenaje.
Entonces esos hombres y mujeres, cuando comprenden esa verdad, no tienen más remedio que matar dolorosamente con sus propias manos al ángel en el que se habían convertido Arrancar sus alas y arrojarlas lejos para poder volver a ser humanos, algo que habían olvidado.
A todos los que han tenido que asesinar al ángel en el que se habían convertido, mi humilde homenaje.
RANITA
MARPIN Y LA RANA
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