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miércoles, 5 de diciembre de 2012

SOBRE PRINCESAS Y CUENTOS





 Viñeta del genial Montt


El otro día en un parque, unos padres contaban a varias niñas pequeñas los cuentos de Blancanieves y Cenicienta. Las princesas  son de las muñecas más solicitadas en época de Reyes, con vestidos de ensueño y coronitas de falso oro. Princesas, que pese a ser de la realeza, bellas, y primorosas, son muy infelices, porque no valoran lo que tienen o son,  ni lo que pueden llegar a  ser o tener por sí mismas. Todas las princesas de los cuentos esperan a su principe azul, y sólo cuando éste aparece en un corcel bellamente enjaezado y le declara su amor, es cuanado estas princesas son felices, se liberan de la esclavitud y hasta de la muerte con un beso de amor. Todo precioso y maravilloso, pero irreal.
El problema es que las niñas crecen pensando en el final feliz y en el principe azul, y pasan su vida esperando el cuento. Y para eso besan muchos sapos y se tragan muchas culebras. Los principes azules aparecen con trajes alquilados y destiñen al primer lavado, y las princesas languidecen. La vida pocas veces tiene final de cuento, con boda real, perdices, y la frase de fueron felices para siempre jamás.  La vida tiene mucho más de cuento chino que de cuento de hadas.

Nadie enseña a las princesas a que no deben besar batracios, que muchos de ellos tienen la piel alucinógena. Si la princesa está triste, como diría Darío, pese a tener boca de fresa y silla de oro, a la única que debe besar es a sí misma. Si no le gusta su vida, debe aprender a cambiarla por ella y para ella, confiando en la única mano que le acompañará toda su vida: la que está al final de su propio brazo. Nada de enseñar a las hijas a esperar en la balconada para ver si a lo lejos un jinete guapo y listo viene a por ellas. En la lejanía las cosas se confunden, y resulta que el caballo es un jamelgo y el principe,  no es que sea rana, sino pájaro de cuidado. Hay que enseñarlas a bajar del balcón, enfretarse a la vida y buscar la  esquiva mariposa de  la felicidad por sí mismas, esté donde esté. Hacerse fuertes para afrontar destinos adversos, si es que llegan. Saber adentrarse solas en los bosques de la existencia, y saber defenderse. Si aparece un  principe, o en su defecto un plebeyo aunque no sean exactamente azules, pues mire usted qué bien.  Pero si no aparecen, no pasa nada porque la princesa aprenderá a ser y creerse REINA, sin conservantes ni edulcorantes artificiales.La Reina de su vida y la dueña de escribir su propio cuento.

RANITA

2 comentarios:

Montserrat Llagostera Vilaró dijo...

Hola amigos.
Sabéis que estoy de acuerdo con vosotros, aunque las ilusiones siempre son bellas cuando somos pequeños.
En mi época infantil las niñas soñábamos con príncipes y ellos en Cencientas, que sepa coser, que sepa lavar y también la tabla de multiplicar.
Creo que debertíamos educar en igualdad.
A las niñas también se les puede regalar un camión de juguete y a los niños una cocinita.
Bueno soy madre de tres chicos.
Un abrazo, Montserrat

Anónimo dijo...

Mi principe es un panadero que cuida de mis hijos y de mi.

Maruja Mayo