SONETO
Santa amistad, que con ligeras alas,
tu apariencia quedandose en el suelo,
entre benditas almas, en el cielo,
subiste alegre a las impíreas salas;
desde allá, cuando quieres, nos señalas
la justa paz cubierta con un velo,
por quien a veces se trasluce el celo
de buenas obras que, a la fin, son malas.
Deja el Cielo, ¡oh amistad!, o no permitas
que si el engaño se vista tu librea,
con que destruye a la intención sincera;
que si tus apariencias no le quitas,
presto ha de verse el mundo en la pelea
de la discorde confusión primera.
Marpin y la Rana
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