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jueves, 28 de noviembre de 2013

AGRADECIMIENTOS (INSPIRADO EN EL POST ANTERIOR).



Había una vez un hombre que recorría caminos buscando no sabía muy bien qué. Un día vió un trozo de tierra. No tenía sembrados, ni árboles ni plantas, pero algo  atrajo su atención.
-¿Por qué no hay en ti árboles ni campos sembrados?- preguntó a la tierra.
- Porque nadie me ha cuidado jamás. Siempre me han abandonado a mi suerte. Mira a mi alrededor, todas los terrenos  que me rodean son fértiles por los cuidados y mimos de las personas que les dan su tiempo. Si yo recibiese el mismo trato sería el mejor predio de la comarca.
- Yo te cuidaré- dijo aquel caminante, y se quedó en aquel lugar. Le dedicó su tiempo desde el alba al ocaso, quitó las piedras, removió sus entrañas, sembró en ellas las mejores semillas que pudo obtener y le procuro agua en abundancia.
La tierra se comportaba de un modo extraño. Tan pronto empezaba a poner entusiasmo en los sembrados dejando entrever brotes verdes que hacían soñar con un vergel, tan pronto abandonaba a aquellas plantas dejandolas morir.

- ¿Porqué ocurre esto?-preguntaba el hombre.
- No me cuidas debidamente, no me riegas bien, no me gustan las semillas que siembras. Si trabajaras como es debido, yo estaría como esas malditas parcelas colindantes. Es culpa tuya por no esforzarte.

Aquel hombre, se sintió responsable de la falta de resultados. No ponía suficiente empeño, no lo hacía bien, y por eso su tierra no prosperaba. Era culpa suya.

Redobló sus esfuerzos. Labró con más ahinco, regó más horas, trabajó incansablemente. De noche, para no dejar sola a la tierra, echaba una manta al suelo y dormía bajo las estrellas, soportando helores y calimas. Pasaba sus días mirando aquellos brotes raquíticos con ansiedad, esperando el milagro. Más nada cambió. La tierra seguía comportándose de igual manera y dejaba morir cuanto en ella se sembraba y de paso, los anhelos de su cuidador.

- No sirves para campesino-le decía la tierra. No te mereces ni eres digno de esa azada que llevas en la mano.

El alma de aquel hombre empezó a estar triste, y la tristeza enfermó su cuerpo y su alma. Aún así, no abandonó a la tierra, aunque su entusiasmo flaqueó y resto fuerza a su trabajo. Cansado de ser atacado por insectos y reptiles en la noche, comenzó a dormir en su chamizo. Eran muchas sus horas de insomnio, y sus pocos  sueños se inundaban de   ramas floridas y perfumadas flores que sospechaba nunca tendría.

Un día acertó a pasar por allí una mujer sabia, heredera de todos los secretos de la naturaleza.  El hombre la abordó, y le pidió como favor que mirara su tierra y le aconsejara sobre lo que tenía que hacer, pues él era tan torpe que no había sabido extraer su rendimiento.  La mujer se agachó y cogió un puñado de aquel terruño. Calló durante unos minutos y después mirando su ansioso rostro, dijo:

- Nada más puedes hacer por esta tierra y todos tus esfuerzos resultarán inútiles.    Lo que le ocurre a este terreno...es que simplemente no quiere dar sus frutos.
 
 -¿Y qué puedo hacer?- preguntó aquel hombre.
 
 - Nada. No está en tu mano que sea fértil ni lo ha estado nunca, y tus continuos intentos sólo servirán para agotarte aún más -sentenció la sabia y siguió camino dejando al hombre desolado. 

Con tristeza, recogió su manta y sus pertenencias, abandonando  en el suelo la azada, pensando en la dignidad.  Y caminando, se alejó intentando no mirar atrás. Aún así, día tras día, continuó  elevando  sus plegarias a los dioses, pidiendo ausencia de plagas y bonanza de lluvias para aquel erial empedernido.

Tiempo después. se enteró de que un hundimiento, había arrasado aquel lugar que se había desplomado sobre sí mismo,  dejando en su lugar un socavón negro y peligroso que de seguro se lo habría tragado de haberse quedado. Y supo que la tierra lo seguía culpando: 

- ¡¡¡¡La culpa es de aquel hombre, de aquel caminante inútil...!!!- se oía gritar desde el interior de la oscura sima.


Ranita
Marpin y La Rana.

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