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jueves, 10 de marzo de 2011

Para James Joyce, la literatura tiene mucho más que ver con la verdad que con el artificio literario, por más que sea éste, el artificio, el que persiga la verdad hasta colocarla bajo la luz de lo evidente sugerido o de la sugerencia evidente.


En ese sentido, Joyce era un apasionado de la verdad. Y su pasión era tan enfermiza como suelen serlo todas: una enfermedad o una pasión que se muerde la cola, porque la verdad es infinita, como su capacidad para ocultarse en sí misma y de sí misma. Hay mucha más mentira en la verdad que verdad en la mentira. El hombre y la mujer no suelen tropezar dos veces con la misma verdad, al igual que Heráclito tampoco pudo bañarse dos veces en el mismo río (si es que llegó a hacerlo una tan sólo). Lo normal es tropezar casi siempre con la misma mentira, por no decir que la vida  quizá no es otra cuestión que la excrecencia mentirosa de una verdad entrevista en el sueño o en el delirio o en el éxtasis del iluminado...Puede que no haya otra verdad que la grabada o impresa, sin que quepa vuelta de hoja, en eso que conocemos y nos imaginamos como el código genético, el artificio básico de la vida y del que derivan todos y cada uno de los procesos vitales que acaban con ella...Joyce sabía que vaya por donde vaya la vida, sus significados sólo surgen, en ocasiones, en las encrucijadas de los vagabundeos, en el destino de un día cualquiera, en la sensación presentida o en el repentino recuerdo de lo olvidado, en el polvo que jamás deja de caer "sobre todos los vivos y los muertos".



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