A Daniel le conocían en el barrio como "El Payico". Una mañana del mes de noviembre, Dani "El Payico" fue llevado a pasar una temporada a la casa de campo de su tío Miguel. La razón era que sus padres se habían ausentado precipitadamente para cuidar a su hermano, ingresado en un hospital por un accidente. "El Payico" apreciaba a sus tíos y tías, pero de especial manera estimaba a su "tito Migue", como él cariñosamente le llamaba; un tipo raro, delgado y de larguísimas piernas, que llevaba a veces sombreros muy graciosos. Su tito siempre le hablaba claro, hasta en los momentos más crudos. "Tio Migue" le abrió la puerta; bailando y dando saltos le ayudó a pasar una de las dos maletas. No tomaba drogas ni bebía alcohol pero parecía bastante loco. Danzaba con una cinta en la frente y sus gafas de visionario de vaso. Las lentes subían y bajaban cabalgando comicamente por su larga nariz. Tan contagiosos eran los brincos y movimientos del pobre hombre, que "El Payico", contagiado, se puso también a bailar sin pensarlo demasiado. Un vecino que estaba pintando la valla, y un grupo de mujeres que pasaban corriendo en chandal, se detuvieron y les imitaron. La música salía potente por los altavoces colgados en los pilares del porche, la letra la ponía el tito también, pues cantaba despreocupadamente al mundo: "Tralaríiiiii tralaláááááá"...
Entre paso y giro de baile, el tito Migue soplaba en la oreja del sobrino:
- ¡Pobretico Payico! ¡Ay! Se me ha olvidado "desirte" que hay un huerto con unos árboles "cargaitos" de mandarinas.
El payico pregunto qué dónde estaba el huerto, y él respondió a los allí presentes cantando y sin dejar de bailar:
- Las mandarinas, las muy malandrinas, están vereda arriba, vereda arriba están las mandarinas ¡Que no se entere el dueño del huerto!
Los vecinos, el cartero y las mujeres se fueron con ellos a coger las anaranjadas frutas. El vigilante de los campos al verlos llegar, incomprensiblemente soltó su porra y les ayudo a llenar los cubos con las pequeñas y jugosas delicias. De repente, bajó sin ruidos una nave de las nubes, y de su panza salió la boca de una ancha manguera luminosa que reptando hacia ellos, se los tragó haciéndoles desaparecer en su interior.
- ¡Pobretico Payico! ¡Ay! Se me ha olvidado "desirte" que hay un huerto con unos árboles "cargaitos" de mandarinas.
El payico pregunto qué dónde estaba el huerto, y él respondió a los allí presentes cantando y sin dejar de bailar:
- Las mandarinas, las muy malandrinas, están vereda arriba, vereda arriba están las mandarinas ¡Que no se entere el dueño del huerto!
Los vecinos, el cartero y las mujeres se fueron con ellos a coger las anaranjadas frutas. El vigilante de los campos al verlos llegar, incomprensiblemente soltó su porra y les ayudo a llenar los cubos con las pequeñas y jugosas delicias. De repente, bajó sin ruidos una nave de las nubes, y de su panza salió la boca de una ancha manguera luminosa que reptando hacia ellos, se los tragó haciéndoles desaparecer en su interior.
Una vez a bordo de la nave, el tio Migue comenzó de nuevo a hablar y a cantar y no se callaba. El comandante del ovni le ordenó silencio y al tocar el hombro del tito, sufrió un grave ataque de alergia, tal vez provocado por tantas palabras o por el olor de los citricos, pues el tito tenía los bolsillos repletos de mandarinas. El jefe marciano se puso de color verde, luego de color amarillo y después su cabeza comenzó a hincharse y parecía que le iba a explotar.
El tio Migue no cesaba de hablar. Los otros marcianos frenaron en seco la nave, y amerizaron en unas aguas no identificadas. De una patada en el trasero, expulsaron al Payico y al tito Migue. A los demás, se los llevaron.
Nadando como pudieron, por fin llegaron a una playa. Ni mientras nadaba pudo callarse el tío Migue, y casi se ahoga de tragar tanta agua de mar. El sobrino le aseguró al tio que uno de los extraterrestres musitó alegremente al librarse de ellos. ¡Vamonos sin estos dos, el Paraiso nos espera!
El tio Migue se echó a reir. Y sacando unas mandarinas empapadas de los bolsillos, le ofreció al Payico un par, mientras él se comía una a dos carrillos. ¡El paraíso! No creas, querido sobrino, todo lo que te dicen.
Nadando como pudieron, por fin llegaron a una playa. Ni mientras nadaba pudo callarse el tío Migue, y casi se ahoga de tragar tanta agua de mar. El sobrino le aseguró al tio que uno de los extraterrestres musitó alegremente al librarse de ellos. ¡Vamonos sin estos dos, el Paraiso nos espera!
El tio Migue se echó a reir. Y sacando unas mandarinas empapadas de los bolsillos, le ofreció al Payico un par, mientras él se comía una a dos carrillos. ¡El paraíso! No creas, querido sobrino, todo lo que te dicen.
FIN
Daniel B. S.
17 comentarios:
Es un cuento muy para niños, jaja pero me ha gustado
Un abrazo
Pilar
Enhorabuena, Daniel por el cuento me ha gustado.
Loli
Buenas noches pallicos. Hemos hechado unas risas con el cuento.
(Mont-se)
Muy bien, Daniel!!!
Me estoy partiendo el bul de la risa.
Un abrazo
Tony-
Vaya con los ginaniyos y er tito Migue
Enhorabuena es un cuento muy simpático.
Un abrazo y buenas noches, Montserrat
Pues gracias por la sonrisa, los brincos y las mandarinas, un poco verdes, eso sí.
Muy divertido el cuento. Me gustan las familias de locos.
Un abrazo.
Sigue escribiendo Daniel, es evidente que tienes madera de buen narrador.
Nos ha gustado el cuentecillo por la disparatada imaginación del autor
CuentosAdolescentes@hotmail.com
Mu güeno Dani, cuídate que esas cabezas se van enseguida, no te juntes con mala gente...
¡¡A los ladronesss!!
Gracias a todos en nombre de Daniel.
Daniel, enhorabuena por tu cuento.
Danielikoo ,ese maquina, el orgullo de la familia
Felicidades por el mini cuento es atrevido y bravo.
Luis Alejandro
Madrid
er titico carloss..er titicoo carloss..lalala..un saludoo desde el ayto de lorca.
o la la la la la la q maravilloso cuentecito y daniel genialll
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