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martes, 21 de septiembre de 2010

Una persona encuentra en sí la idea de felicidad o desdicha; esta idea no es falsa ni confusa en tanto en cuanto idea general;


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también tiene ideas de la mediocridad, de la grandeza, de la bajeza, de la excelencia. La mujer, un hombre desea la felicidad, huye de la desdicha, admira la excelencia y desprecia la bajeza.
Ahora bien, la corrupción del pecado que separa al hombre de Dios, único ser en el que podía hallar su verdadera felicidad, y único ser en consecuencia, al que el hombre "y la mujer" debía vincular esta idea, le ha impulsado a unir la felicidad a una infinidad de cosas en cuyo amor se ha precipitado para buscar en ellas la felicidad perdida. Por esta razón  ha llegado a formar una infinidad de ideas falsas y oscuras, representándose todos los objetos de su amor, en cuanto considera que son capaces de hacerle dichoso, y cuantos objetos le privan de ella como haciéndole desdichado. Pero el hombre también perdió por el pecado la verdadera grandeza y la verdadera excelencia, viéndose obligado para amarse a sí mismo a autorrepresentarse como no es en efecto, a ocultarse sus miserias y su pobreza, así como a encerrar en su idea un gran número de cosas que están enteramente separadas de ella con el fin de engrosarla y aumentarla.
He aquí la secuencia ordinaria de estas falsas ideas.
La primera y principal vía que favorece la concupiscencia es la que tiende al placer de los sentidos que nace de algunos objetos exteriores y como, por otra parte, el alma se da cuenta de que este placer deseado viene de estas cosas, entonces une a ellas de modo inmediato la idea de bien y, a la vez, la idea de mal a todo aquello que priva de este placer al alma. Además, viendo que las riquezas y el poder humano son los medios ordinarios para hacerse dueños de estos objetos de la concupiscencia, el alma comienza a valorarlos como grandes bienes y, en consecuencia, se estima que son dichosos los ricos y los poderosos que los poseen y que son desgraciados los pobres por estar privados de ellos.
COMO HAY UNA CIERTA EXCELENCIA EN LA FELICIDAD, el alma nunca disocia estas dos ideas y siempre considera ilustres a todos aquellos que estima dichosos e indignos a cuantos juzga que son pobres y desgraciados. Esta es la razón del desprecio en que se tiene a los pobres y de la estima que se prodiga a los ricos.

-Arnauld-

El blog de marpin y la rana


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