EL BLOG COMPARTIDO

martes, 24 de agosto de 2010

RELATO: LA NIÑA.






Denis Núñez


Abrió lentamente los ojos. Se sentía confusa y no tenía idea de donde estaba. Solo percibía el centro de su campo de visión, el resto eran contornos difusos. Una voz en su interior, o quizá alguien, preguntaba ¿Cómo te sientes? Aquella era una buena pregunta, que necesitaba una buena respuesta. El problema era, que ella no tenía esa respuesta.
Busco los ojos de su interlocutor. No pudo verlos. En realidad, no importaba, dentro de este extraño estado, pocas cosas parecían importar. Pero su voz...Se incorporó lentamente. Ahora, sí podía ver a la persona que le hablaba.
 
Entorno los ojos...- ¿Gonzalo? ¿Eres tú...? Me dijeron que.... ¡Oh Dios mío!
 
No podía creerlo. Gonzalo, había sido su primer amor. La persona a la que había querido de la forma mas pura, cuando su corazón estaba limpio de cicatrices. Aquel que le hablaba de su ideal de justicia social, el que había estudiado medicina para poder ayudar a niños del tercer mundo, pero que siempre quiso a su mejor amiga. Ella escondió aquel amor en el último cajón de su alma, y se conformó con verlos felices a ambos, aunque en su interior a veces vertía lagrimas sin saber muy bien si era felicidad por ambos o pena por ella misma. Un día Gonzalo partió y nunca más volvió a saberse de él. La distancia quizá sí era el olvido después de todo. Su amiga lloró por él, y ella por los dos. Pero ahora estaba delante de ella, y le sonreía.
 
Gonzalo tendió su mano, y el contacto fue calido y suave. Era la sensación que sentía, cuando tantos años atrás él le alentaba en sus estudios –Vamos, vamos has de ser diligente - le decía-.La diligencia es la prontitud de ánimo para hacer las cosas bien. Y tú has nacido para eso,  niña.

Se incoporó poco a poco, ayudada por Gonzalo. El seguía sonriendo. ¡Oh Dios, que bonita era aquella sonrisa! . El la miró y simplemente le dijo...¿Qué recuerdas?. Ella en realidad, recordaba muy poco. ¿Un golpe? Sí, fue eso. Un tremendo golpe. Claro, por eso estaba allí, en esa sala blanca de hospital, y Gonzalo, por esas no-casualidades de la vida era médico en ese hospital. Miró sus manos instintivamente. En ellas no había anillo.
 
¿Cuánto tiempo llevaba allí? No lo sabía. Trató de recordar. Aquella mañana llegó a la Comisaría temprano, como siempre, varios minutos antes de la hora. Una vez allí, se quitó de encima toda la cuestión burocrática pendiente y después... ¿Qué hizo después? ¡Ah sí! Realizó labores rutinarias y varias salidas, una por una discusión en un bar, la otra para acompañar a un detenido al Juzgado. No era labor suya realizar esas salidas, pero dos compañeros estaban de baja y alguien tenía que hacerlo. Cuando faltaba poco menos de una hora para marcharse, sonó nuevamente el teléfono de la centralita, y por la mirada de quien recibía la llamada, supo que aún tendría que salir nuevamente. Así fue, una llamada de una voz  que reclamaba auxilio.
 
El compañero de la centralita le dijo que había podido anotar a duras penas el domicilio, pues la voz que pedía ayuda, sonaba tan queda que apenas se  podía oir. Antes de cinco minutos, ya estaba allí. 
 
En el domicilio en cuestión, reinaba la calma más absoluta, en apariencia. Les abrió la puerta un hombre aseado, con un bebé en brazos. Dentro una mujer, hacía labores de punto, con una niña de poco más de diez años cerca de ella. El hombre negó haber realizado llamada alguna. -¿Puede salir la señora?-preguntó ella. Y la señora salió, arrastrando los pies, y con voz inexpresiva dijo que ella no había llamado a nadie. La niña ,desde el interior, la miraba. Y algo en esa mirada disparó todas sus alertas.
Su compañero la llamó al orden diciéndole que allí poco tenían que hacer, pero ella con una mirada le solicitó más tiempo. Pidió entrar, a lo que el hombre se negó. Era la hora de dormir para el bebé y la niña  se estaba asustando. Ellos no habían llamado, sería algún bromista. Cuando la puerta se cerró, una ultima mirada a la pequeña le puso la carne de gallina. El padre había intentado asirla del hombro y ella se había zafado.

Aún insistió en el vecindario. Nadie había visto ni oído nada. Y cuando la cara de su compañero era ya tan larga que se la podría pisar al siguiente paso, cedió a regañadientes a volver al coche patrulla. 
 
Cuando llegó a su casa, la sensación de algo malo continuaba en su interior. Trató de no hacerle caso. Había actuado correctamente, y no había nada. Pero la mirada de esa niña, continuaba clavaba en ella, Esa mirada quería decir algo. Y no era algo bueno.
 
Conforme iba cayendo la noche, la sensación de tener que hacer algo era tan punzante, que sin pensarlo más, tomó su abrigo verde, y salíó a la calle. La excusa era dar un paseo, pero sus pies tenían más claro su destino que su propio cerebro. 
 
A medida que se iba acercando al domicilio que había visitado esta mañana, un inusual movimiento le indicó que algo fuera de lo común ocurría. Cuando llegó, una multitud de gente gritando y mirando hacia arriba le indicó donde debía mirar. En lo alto de la terraza, fuera de la barandilla de protección, un hombre recortaba su figura a contraluz. En sus brazos, había un bebe y de su mano, una niña pequeña. Se oían los aterrados chillidos de una mujer. Amenazaba tirarse con ambos niños y parecía dispuesto a cumplir lo que decía.
 
Sin pensarlo ni un segundo, se identificó  y se adentró en la vivienda. Tenía que llegar a ellos, hacer algo. Casi sin respiración llegó a la azotea.  Ahora veía perfectamente a la mujer de esta mañana. Medio desnuda, con apenas un fino y raído camisón sobre su cuerpo, eran evidentes las marcas de una tremenda paliza. 
 
En este punto...su memoria volvió a bloquearse. Recordaba muy vagamente haber discutido con algún superior pidiendo intervenir, la niña confiaría en ella, la podía tranquilizar...por favor, déjenme, por favor...El resto...¿Qué había pasado?. Unas pequeñas manos, una sensación de vacio. Dolor. Oscuridad.
 
Sin decir nada, Gonzalo la tomó de la mano. A través de la ventana de la estancia donde estaban se veía la escena del suceso.. La madre , siendo atendida en una ambulancia.. Muchas luces. Personas que lloraban, que se abrazaban unas a otras. La Policía acordonado la zona. En el suelo, dos figuras. Una, el padre de los niños, boca arriba. Destrozado por el impacto. Otra, una figura cubierta por un abrigo verde, del que sólo se distinguía un cabello idéntico al suyo. 
 
Estuvo unos minutos mirando la escena. Tardó en comprender, pero cuando lo hizo, miró aterrada a Gonzalo.
-¿Los niños, se salvaron?
- Sí, respondió éste- los pudiste coger a ambos antes de caer tú. Tu vida salvo las de ellos.

Sonrío. Lloró. A la vez. Las lagrimas mojaron los labios. Los labios bebieron las lagrimas. Gonzalo la cogió de la mano.  

- ¿Y ahora? - preguntó ella. 

–Ahora -dijo él-ven conmigo.


 Ranita