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lunes, 9 de agosto de 2010

Nunca es tarde si la dicha es buena.

                                




A cada uno se le ha otorgado una distinta capacidad para vivir. Nadie muere demasiado pronto, porque no iba a vivir más de lo que vivió. Para cada uno y una hay marcada una linde: siempre permanecerá donde fue colocada y no la moverán más adelante ni el empeño ni el favor. Tómalo así: tú perdiste a tu hijo según lo que estaba previsto; tuvo lo suyo y -alcanzó la meta del tiempo otorgado-
Así pues, no hay razón para que te apesadumbres diciéndote- Pudo vivir más- Su vida no quedó truncada , ni el azar se ha entremetido nunca con los años. Se entrega lo que se prometíó a cada uno: los hados andan su camino y no añaden nada ni quitan a lo prometido una vez. Inútiles son los deseos y los afanes: cada cual tendrá lo que su primer día le asignó. Desde aquel en que vio la luz por primera vez  y se acerco más a su destino, y los mismos días que se añadían  a su adolescencia se restaban a su vida. Todos nos movemos en este error de no creer, si no es cuando somos ancianos y caducos, que nos dirigimos ya hacia la muerte, cuando lo cierto es que nos llevan a ella la infancia y la juventud, cualquier edad. Los hados realizan su tarea: nos privan de la conciencia de nuestra muerte y ésta, para sorprendernos con más facilidad, se esconde bajo el nombre mismo de la vida; la niñez se lleva la infancia, la pubertad la niñez y el viejo hace desaparecer al joven que fue. Los progresos mismos si los contabilizas bien, son pérdidas.


SÉNECA 

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