Beksinski.
Acababa de amanecer y llegamos a una extraña isla. Desembarcamos y sigilosamente arrastramos la barca hasta ocultarla detrás de unas rocas en la playa. Mi compañero Guigui me avisó de que andara con cuidado, pues posiblemente podría estar habitada. Era una isla sombría y de aspecto intimidante, estaba totalmente cubierta de ásperas piedras a las que el capricho de la naturaleza había dado formas absolutamente geométricas. Un viejo lobo marino nos había contado que el cielo siempre estaba nublado por negras nubes que apenas dejaban pasar la luz solar. La arena y las rocas dejaban entrever su color gris pálido. El paisaje era casi triste, pues ni siquiera merecía esa palabra. Era simplemente mortecino.
-¡Cuidado!- me dijo mi experimentado amigo Guigui.
-¿Qué ocurre?
- Creo que la isla puede estar habitada por una tribu antigua y salvaje. Parece que son canibales.
Entonces se acercó a nosotros un aborigén vestido con un raro ropaje, mostrando sus afilados dientes y rugiendo ferozmente. Mi avispado amigo le arrojó su cartera de bolsillo y la carta de navegación. El aborigén lo devoró todo con ansia atroz. Volvió a rugir violentamente y Guigui le lanzó un libro de bolsillo encuadernado con tapas gruesas. El salvaje lo tragó con avidez y apetito, después se retiró sin dejar de gruñir y mirando fijamente a Guigui.
-¿Pero qué era eso?
- Amigo mío corremos un gran peligro y harémos bien en abandonar la isla. Llevemos de nuevo la barca al agua.
- Dime, dime por favor. ¿Qué era eso? ¡Por favor dímelo, estoy aterrorizado!
- Se trata de una primitiva tribu. Más cercana al mono que al hombre. Aunque la inteligencia de un chimpancé es bastante superior y evolucionada, estos aborígenes son tan fieros y sangüinarios que si uno de sus grupos de caza nos alcanza...¡Date por muerto!
De pronto entre las rocas, aparecieron varios de estos hombres-monstruos. Vestían curiosos atuendos color gris oscuro. Mientras se abalanzaban a la carrera sobre nosotros, mi compañero se dirigió corriendo a la barca, y con gran esfuerzo descargó un cofre en la playa, lo abrió y estaba repleto de libros y papeles. Vació presuroso el contenido del cofre en el suelo y se alejó unos metros. Las bestias humanas, saltaron con extraordinaria rápidez sobre la pequeña montaña de papeles, prestos para devorarlos,. Antes estuvieron un buen rato examinandolos, observaban embobados los documentos y hojeaban detalladamente los libros. Luego los desgarraban aparatosamente con sus afilados dientes y garras, para tragárselos sin apenas masticar.
- "Está comilona les entretendrá poco tiempo -me comunicó susurrando mi amigo. ¡Vayamos hacia la barca!
Efectivamente, el grupo de canibales corría ya a por nosotros. Todos menos el primero con el que nos habíamos encontrado que seguía mirando fijamente Guigui . El y yo ya estabamos remando y nos alejabamos de la playa, hacia el velero. Los salvajes se quedaron en la orilla aullando terriblemente. Rugían con potencia sus gargantas y parecía que le tenían miedo al mar. No se atrevían a meterse en el agua y se agolpaban rabiosos. Me pareció que en los ojos de Guigui estaba acuosos. Lo atribuí al duro momento vivido, e hice como que no me había dado cuenta.
Esa noche en la seguridad del barco y con mar en calma, mi amigo me explicó:
"Son la tribu de los temibles Inspectores de Hacienda. Esta tribu exterminó por completo a la tribu de los Trabajadores y a la tribu de los Pequeños Comerciantes. Después de quitarles todo lo que tenían, les hicieron morir de hambre y de frío. Lamentablemente, pocos fueron los que sacaron provecho de semejante injusticia, sólo se beneficiaron los que servían a la Tribu de los Pólíticos (una poderosa tribu a la cual le rendían vasallaje). Estos les entrenaban como a perros de presa. A veces les humillaban y castigaban cruelmente, y es que en la tribu de los Inspectores de Hacienda se sentían tan infelices que aceptaban sumisamente insultos, palizas y torturas por parte de sus amos. Esto lo hacían con los de mayor rango, y los de mayor rango con los de menor, así hasta el fin del escalafón. Pocos aguantaron y murieron. Los pocos que pudieron sobrevivir, dicidieron huir del mundo y se refugiaron en una isla, aunque ya estaban tocados por el veneno de la locura. No fue culpa de ellos convertirse en monstruos.
Esa noche en la seguridad del barco y con mar en calma, mi amigo me explicó:
"Son la tribu de los temibles Inspectores de Hacienda. Esta tribu exterminó por completo a la tribu de los Trabajadores y a la tribu de los Pequeños Comerciantes. Después de quitarles todo lo que tenían, les hicieron morir de hambre y de frío. Lamentablemente, pocos fueron los que sacaron provecho de semejante injusticia, sólo se beneficiaron los que servían a la Tribu de los Pólíticos (una poderosa tribu a la cual le rendían vasallaje). Estos les entrenaban como a perros de presa. A veces les humillaban y castigaban cruelmente, y es que en la tribu de los Inspectores de Hacienda se sentían tan infelices que aceptaban sumisamente insultos, palizas y torturas por parte de sus amos. Esto lo hacían con los de mayor rango, y los de mayor rango con los de menor, así hasta el fin del escalafón. Pocos aguantaron y murieron. Los pocos que pudieron sobrevivir, dicidieron huir del mundo y se refugiaron en una isla, aunque ya estaban tocados por el veneno de la locura. No fue culpa de ellos convertirse en monstruos.
- GuiGui... ¿Cómo sabías tú de la existencia de esa tribu? ¿Quién te lo dijo? Tú sabes más de lo que me has contado. ¿Acaso ocultas un secreto?
- ¿Yo? ¡Pobre de mí! No, no, amigo mío. Ya te dije que me lo contó un viejo lobo de mar.
Guigui se fue a su camarote. Allí se encerró con llave y de una caja de madera, sacó unos papeles. Eran antiguas fotos de su familia, un título de Inspector de Hacienda de su Abuelo y una medalla concedida a éste por sus buenos servicios.
Distraídamente, Guigui se echó a la boca el cuaderno de bitácora, y de un bocado se tragó más de la mitad.
FIN
Marpín_
8 comentarios:
Huuum, este aborigen tiene cierto parecido a los civilizados actuales que comen dinero para disfrutarlo, y destroza libros, como Mao, porque es el opio del pueblo.
Bueno, es una opinión.
Un besazo.
Cuando una personalee mucho a veces decimos este no lee devora.
Estos aborígenes si que son unos buenos devoradores de libros.
En este caso los libros salvaron vidas.
Un abrazo, Montserrat
Buenas noches.
(Mont-se)
Buen texto y buena imagen.
Clarita
Genial.
¿Quien es marpin?
Plas plas plas me quito la pamela y hago una sincera reverencia.
Audrey
Sois muy amables.
Gracias por vuestros comentarios y vuestras palabras.
Un abrazo.
jaja me he reido con el cuento, menudos inspectores de hacienda, la verdad es que devoran todo lo que pescan jaja.
Muy original
Un abrazo
Pilar
Publicar un comentario