Continuación del relato comenzado días atrás y cuya primera parte podéis leer en post anterior de fecha 14 de abril de 2010.
Le hicieron pruebas médicas y análisis de todo tipo, buscando una explicación a lo sucedido. Sólo dos cosas quedaron claras:
a).- Que Mario no había tomado ningún tipo de drogas o sustancias que le provocaran alucinaciones. Era un joven sano, que no bebía ni fumaba y hacía deporte.
b).- Que los doctores no tenían ni idea del origen de su trastorno transitorio.
La cuestión judicial quedó sobreseída, pues el juez entendió que no había intención penal alguna en aquel muchacho. El nada recordaba, salvo vagamente estar mojado y en definitiva, quitando el alboroto, no había que lamentar nada más.
Un año después, mientras veía con sus padres y hermanos un documental, la programación fue interrumpida a las siete de la tarde. El Santo Padre se había desvanecido y había sido ingresado de urgencia en una clínica. No se tenían más datos.
A la madre de Mario le sacudió un escalofrío, y el miedo que nunca le había abandonado del todo desde que ocurrió lo de La Cibeles, se le enroscó en la garganta. Mario no dijo nada y continúo aparentemente tranquilo sin apartar los ojos del televisor.
El padre les miró a ambos y comentó intentando transmitir serenidad:
- Puede que no sea nada grave. No tiene que morirse.
- Seguro, seguro que sí- contestó la madre pensando si su marido era realmente consciente de que acababa de trasmitir sus temores.
Ambos observaron a su hijo, como esperando que él añadiera algo. Más nada tenía que decir. Los pequeños tampoco comentaron nada, pero esa noche Natalia no le dió un beso de buenas noches a su hermano mayor.
A la mañana siguiente, una madre ojerosa pero sonriente les dío los buenos días. Había pasado la noche en blanco, conectada a internet escuchando la radio en el ordenador y pendiente de noticias. A las siete de la mañana, se había emitido un comunicado informando que el estado del Papa era bueno, y que sólo había sido un desmayo por una bajada de azucar. Le darían el alta en las próximas horas.
Mario se fue a clases y su marido al trabajo. Ella llevó a sus otros dos hijos al colegio y volvió a casa. Tenía esa mañana libre, así que la dedicaría a hacer compras. Ordenó un poco la cocina tras el caos de los desayunos apresurados y entró en el baño para darse la ducha pendiente. Se tomó su tiempo. La noche había sido muy larga y necesitaba esos minutos bajo el agua caliente. Salió en albornoz y no pudo evitar dar un grito. Las paredes de las habitaciones estaban escritas con su lápiz de labios:
- "Morirá a las 9, 30 horas".
Mario estaba sentado en el suelo con los ojos muy abiertos. ¿¿Cuándo había vuelto??
Se agachó junto a su hijo. ¿¿ ¿Qué ha pasado, por el amor de Dios??? Mario no respondía. Miró el reloj. Eran las 10 horas y 10 minutos. Acostó a muchacho y llamó al médico. Encendió la televisión. Se le cayó la toalla que cubría su pelo mojado. En la pantalla un compungido cardenal anunciaba al mundo la muerte del Pontífice. Había ocurrido exactamente a las 9,30 horas.
Ambos observaron a su hijo, como esperando que él añadiera algo. Más nada tenía que decir. Los pequeños tampoco comentaron nada, pero esa noche Natalia no le dió un beso de buenas noches a su hermano mayor.
A la mañana siguiente, una madre ojerosa pero sonriente les dío los buenos días. Había pasado la noche en blanco, conectada a internet escuchando la radio en el ordenador y pendiente de noticias. A las siete de la mañana, se había emitido un comunicado informando que el estado del Papa era bueno, y que sólo había sido un desmayo por una bajada de azucar. Le darían el alta en las próximas horas.
Mario se fue a clases y su marido al trabajo. Ella llevó a sus otros dos hijos al colegio y volvió a casa. Tenía esa mañana libre, así que la dedicaría a hacer compras. Ordenó un poco la cocina tras el caos de los desayunos apresurados y entró en el baño para darse la ducha pendiente. Se tomó su tiempo. La noche había sido muy larga y necesitaba esos minutos bajo el agua caliente. Salió en albornoz y no pudo evitar dar un grito. Las paredes de las habitaciones estaban escritas con su lápiz de labios:
- "Morirá a las 9, 30 horas".
Mario estaba sentado en el suelo con los ojos muy abiertos. ¿¿Cuándo había vuelto??
Se agachó junto a su hijo. ¿¿ ¿Qué ha pasado, por el amor de Dios??? Mario no respondía. Miró el reloj. Eran las 10 horas y 10 minutos. Acostó a muchacho y llamó al médico. Encendió la televisión. Se le cayó la toalla que cubría su pelo mojado. En la pantalla un compungido cardenal anunciaba al mundo la muerte del Pontífice. Había ocurrido exactamente a las 9,30 horas.
(Continuará)
3 comentarios:
Otra vez a perseguir por el blog la continuacion de algo??
Me estas cansando ya.
No tienes espacio para cada cosa?.
Acabalo!. y sigue...
Sigo pendiente y expectante. Buen relato
me tienes en ascuas
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