Un león de alta estirpe, al pasar por cierto prado, encontró a una pastora de la que enamoró al instante. Pidióla, pues, en matrimonio. Hubiera el padre deseado un yerno menos temible; dársela le parecía harto doloroso; negársela, poco seguro. Hasta fuera posible que ante su negativa, una buena mañana se efectuara una unión ilegítima, pues, aparte de que la muchacha se encapricha fácilmente de un enamorado de hermosa cabellera. No atreviéndose, en fin, a dar calabazas al pretendiente, le dijo con buenas precauciones:
-Mi hija es harto delicada; con estas uñas podrías herirla al acariarla; permitid, pues, que os las corten. En cuanto a los dientes, que al mismo tiempo os los limen; vuestros besos serán más dulces.
El león estaba tan ciego, que a todo consiente. Al cabo, sin uñas y sin dientes, parecía un fuerte desmantelado. Soltáronle entonces unos perros, y el león inválido apenas pudo defenderse.
¡Amor, amor, amor!
Cuando nos subyugas, ya podemos decir "¡Adiós prudencia!".
EL BLOG DE MARPIN Y LA RANA
2 comentarios:
Te quiero Ranita
El amor nos vuelve, entre otras cosas, muy vulnerables, pero que narices,el amor siempre merece la pena dure mas o menos.
Besos
Publicar un comentario