EL BLOG COMPARTIDO

viernes, 30 de abril de 2010

RELATOS AJENOS: Un cuento del año 1.933 en la mañana del año 2.010.




Yacek Yebra


LA CASA NUEVA

Antes era distinto. Cuando se construía una casa, un edificio, podía, desde el primer ladrillo de la base hasta el último del tejado, seguirse todo el desarrollo y crecimiento de lo edificado, que iba surgiendo de las manos de los obreros a la vista de todos.

Hoy, con el moderno sistema de esconder con altas vallas de madera o tinglados disimuladores lo que se va construyendo, tiene el arte de la edificación algo de prestidigitación o de taumaturgia.
Especialmente en los sitios céntricos de la ciudad vemos un buen día cómo se alza  esa valla o ese tinglado y como se cubre rápidamente de anuncios de colores. Nos acostumbramos ya a ver las vallas casi como algo definitivo y apenas pensamos en que detrás de ella, que es como un antifaz o una máscara, está la obra en trepidación, ruidos y sonoridades de ejecución, y cuando, al fin, en un momento dado, desaparece la valla, quedamos todos maravillados ante el edificio nuevo, suntuoso y alto.
Así sucedió con la famosa casa con que se inició la realización de la Gran Avenida. La gente vió cómo en aquel barrio que hacia algunos años podía considerarse casi como un barrio...apartado, surgió la gran valla, por exigencias de la ciudad, que se esparcía y dilataba e iba a transformar al barrio en céntrico y concurrido.
Durante dos años, aquella valla, aquel tinglado, fué, en realidad, un enigma;pero, ¡Ah!, cuando retiraron la máscara apareció esbelta y alta, blanca y lujosa, bella y joven, la famosa casa blanca con sus doce pisos, sus torres , sus veletas, sus cariátides en la fachada y sus grandes almacenes destinados, en la planta baja, a la exposición de autómoviles. Tenía, además,  una estatua simbólica en lo alto y, a los pies de ella, un gran reloj que por las noches se iluminaba.
En la bella mañana en que ella salió desde detrás de su escondite y pudo enseñar al sol y al cielo azul su cara limpia y fresca, se escaparon de ella todos esos perfumes que tanto agradan a las casas coquetas: olor fresco de pintura, de cera, de rubias virutas, de resinas. Olor de lo nuevo. Y pudo también mostrar todas sus galas, todas sus alhajas, todas las bagatelas que hacen la felicidad de las casas presumidas:ascensores, montacargas, teléfonos, timbres, radiadores, placas, cuadros de llamada, flechas indicadoras...El sol la bañó toda y ella se esponjó y dilató voluptuosamente bajo sus rayos, porque aún tenia frío y sentía aún en su base la humedad de su nacimiento. Se colocó al sol como si saliera del baño. Y entonces relucieron todos los cristales como claros diamantes temblorosos prendidos en su traje blanco, brillaron todos los dorados metales de las puertas y de las ventanas. Y en la noche, bajo la luna, la casa nueva, tan bella y alta, imponente y grácil, formidable y frágil a la vez, parecía soñar, lejana y muda, con la cabeza cerca de las estrellas. Soñaba despierta en la noche, en medio de su magnificencia, pálida y señorial en aquella hora. Quizá soñaba  con tener algún día un jardín hondo y fresco  a sus espaldas. Un jardín con rosas y faunos, estanques y cisnes;o acaso soñaba también con una estrella que cayese, muerta y brillante, una noche en su amplia terraza, poniendo así en su frente una luz del cielo.
Era como una princesa, también como una novia, también como un hada; pero siempre como una mujer joven y preciosa.
Y viéndola soñar en la noche, solitaria y altiva, blanca y muda, entraban deseos de saludarla con un gran gesto cordial.
- Buenas noches, princesa.
-Dios te guarde del rayo, estrella.
-Y del fuego, virgen.
-Y del hombre.

En aquel barrio, ella fué la señal de la gran transformación que iba a realizarse. El hombre lo iba a derribar casi todo allí para ampliar calles, abrir la Avenida y edificar, en lugar de aquellas casas antiguas y tradicionales, modernos, suntuosos y espléndidos edificios de los que la casa nueva era la primera muestra mágnifica. En su lucha contra el formidable problema humano de la congestión, es curioso contemplar cómo el hombre con sus gigantescas obras no descongestiona nunca y lo único que logra es llevar la congestión de un sitio para otro.
Los vecinos de aquel barrio, populoso y honrado-empleados, militares con muchos hijos, profesores, industriales, comerciantes, gentes de carreras liberales, una pequeña burguesía, en fin, en la que encarnaban al modo clásico todas las virtudes y todos los defectos de la tradición,-habían trabajado tenazmente para evitar la destrucción del barrio y su transformación honda y radical.
Y dijérase que más que ellos, más que todas las personas, eran los seres que llamamos inanimados o dotados de una vida inferior los que habían opuesto y seguían oponiendo una resistencia tozuda y trágica a su desaparición completa: las casas, los árboles, las piedras, las cosas..., el ambiente...
Era una lucha sorda, callada, terrible, entre lo antiguo que, estimándose en lo cierto, lo honrado, lo bueno, lo austero, se resistía a desaparecer ante lo nuevo, a quien motejaba de frívolo, de superficial, de escandaloso, de libertino. Ambiente de tradición en lucha, en el aire y en las cosas, contra el ambiente de modernización.
Y como la famosa casa blanca se había edificado en un solar en el que nada hubo que destruir, apareció en medio del barrio, cuando estaba éste aún completo, vivo y fuerte, animado de espíritu de lucha y combate.
Y, claro, fué su prisionera.
Debieron haber edificado cinco o seis casas nuevas-cinco o seis espíritus nuevos, ambientes nuevos- a la vez, para entre todas ellas hubieran podido dar la batalla y ganarla a todo lo antiguo. Pero la bella casa blanca, tan señorial, tan princesa, tan lejana, ella sola ¿iba a poder algo...?
Ni uno solo de los vecinos la fué a visitar.
-No es casa para nosotros-decían-.
Será para la nueva gente que venga cuando esto sea otra cosa, otra cosa...
Y había un no disimulado desprecio en aquellas palabras.
Esto no afectó mucho a la casa blanca. Todas aquellas gentes eran poco para ella. Pero ¿Y la lucha contra todo lo que era ella: contra las otras casas, contra las otras casas...?
Todas, todas las casas del barrio habían seguido con un enorme interés, con una expectación anhelante, la construcción de la casa nueva. Habían visto todo el nuevo sistema de edificación, habían visto cómo todo había cambiado desde que el hombre las hizo a ellas, habían contemplado, intrigadísimas y absortas, como por el procedimientos extraños y raros crecía, crecía la hermana nueva, hasta sobrepasarlas a todas y ser el doble de la más alta de las antiguas.
Y su emoción y su curiosidad habían llegado a su más alto grado al contemplar las cosas extraordinarias, las joyas nunca vistas con que se habia adornado y de las que se había dotado a la hermana nueva.
Extraña y fabulosa riqueza de ellas desconocida. Ninguna de ellas tuvo jamás, ni hasta aquel momento supo nunca lo que era, ni un ascensor, ni un teléfono, ni un montacargas, ni un radiador de calefacción...Y tantas y tantas otras cosas raras como iba colocándose la casa nueva...
Todas, todas las casas, las de enfrente, las de los lados, las de detrás, siguieron atentamente la edificación en sus menores detalles, y, en las noches, mientras el hombre dormía, se lo contaban a las otras, a las que por estar más lejos no lo veían...
Ya todo el barrio supo todo. Y todo eran comentarios y un suave comadreo. Todas ellas eran viejas, llenas de arrugas, de experiencia del mundo y de la vida.
Y cuando la casa blanca estuvo terminada, la noche misma en que salió al sol desde detrás de su escondite de la valla multicolor en anuncios, cuando todas las viejas casas pudieron cambiarse sus impresiones atónitas,  hubo una, la más vieja, la más antigua, la más observadora, que impuso silencio, silencio de respeto y admiración a las demás.
-¿Pero no habéis visto? ¿Pero no habéis observado lo más extraordinario? ¿Lo más incomprensible? ¡¡¡ La casa nueva no tiene cocinas...!!!
Y todas las demás en un grito de sorpresa inaudita, respondieron:
-¡Es verdad! ¡No tiene cocinas...!
Entonces ¿ qué clase de casa era aquella?
Pronto se supo. Es difícil guardar  un secreto. Y más cuando ese secreto tiene doce pisos de alto y casi cincuenta metros de fachada.
Era una casa destinada únicamente a oficinas, a negocios, a exposiciones, a salones...En ella no habitaría nadie. Por las noches después del trajín del día, no habría nadie en ella.
Las viejas casas tradicionales no lo podían creer.
-Pero es posible?-clamaban en una desolada desorientación-,¿Pero es posible que haya casas que se presten a eso a cambio de que las vistan y alhajen bien? Y durante todas la snoches siguientes todas ellas insultaron y zahirieron ya abierta y violentamente a la casa nueva.
Y ya sin ninguna envidia. Ya nada la envidiaban y sólo les causaba horror como algo monstruoso, llamado por propia perversidad a un final de catástrofe.
-¡Desgraciada! ¡Eres exactamente como una mala mujer...!
-Nunca sabrás lo que una familia, un hogar. En ti no vivirá nadie...
-Miles de seres entrarán en ti, pero ninguno en ti permanerá...
-Ninguno hará su nido o su refugio entre tus paredes...
-Nunca llegarás a querer a nadie, ni amarás como nosotras llegamos a amar a los que llevan ya muchos años entre nuestras paredes. Conocemos sus secretos, sus alegrías, sus ambiciones;¡somos depositarias de sus vidas íntimas! Somos de ellos y ellos son nuestros.
-El calor de la familia y del recogimiento íntimo, de todo eso tan formidable, tan enorme que es el hogar de un hombre y una mujer, estará en ti substituido por el ir y venir, por el ajetreo de los que, sin detenerse, entren en ti con el frío espíritu del negocio...
-Estarás a la disposición de todos y todos te hollarán...Pero nadie te mirará de lejos con cariño, ni te recordará, ni deseará llegar a ti para encontrar en ti su descanso, su amor, su reposo...
-De tus chimeneas nunca saldrá, azulado y oloroso, el humo de las cocinas, e ignorarás siempre los cuadros familiares alrededor de las mesas...
-Por tus escaleras y en tus habitaciones nunca habrá risas ni llanto, sino indiferencia, prisa e ir y venir despreocupado...
-Nunca serás algo que vive, como nosotras.
-Algo, casi humano, como nosotras...
-Nadie rezará en ti...
Y a lo largo de las noches, las viejas, las antiguas casas amenazadas, que ya no temían la muerte ni la destrucción, mostraban con sus frases de ira, de asombro y de dolor todo su desprecio y horror a la casa nueva.
Y una noche, la más vieja, las más antigua, la que tenía más de los cien años, la que observó la falta de las cocinas, la que siempre en el barrio decia la última palabra, lanzó también su frase, que, como de ella, era definitiva, exacta, aplastante.
-Nunca en ti se fraguará el misterio infinito de la vida y de la muerte. Porque nadie nacerá en ti, porque nadie morirá en ti.
Entonces, la casa blanca, la casa joven, bella, elegantemente alhajada, no pudo más, no pudo más...Tuvo un miedo infinito...Miedo a la vida y de la vida...Eran las tres de la mañana. Tembló toda ella, se estremeció. Y luego, bruscamente, sacudió la cabeza. La estatua simbóloca se hizo añicos contra el suelo. El reloj luminoso, con una última y alarmada sonería de sus campanas, fué lanzando contra la pared de enfrente. Y la casa se tambaleó, se dobló, se deshizo, se rompió la frente contra la acera...
"El arquitecto debe ser puesto en libertad. Además de que no hubo desgracias personales, él es completamente inocente. La casa blanca, sencillamente, se suicidió...


                                                                               FIN

Gabriel  Greiner


(Blanco y Negro. Revista ilustrada. Madrid,   1.933)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ES UN CUENTO ACTUAL A PESAR DE QUE SER DEL AñO 1.933.
Muchas gracias de Rita.

Anónimo dijo...

El cuento es de una actualidad pasmosa pese al año en que fue escrito. Po rotra parte, me parece ver a unas mujeres de moral tradicional defendiendose de una mujer moderna, distinta, que no se atiene a los convencionalismos sociales.

En cualquier caso, muy buena elección.